Azucar sin Sal

Azucar sin Sal

sábado, 11 de mayo de 2013

La puerta está cerrada.




No hay necesidad de abrirla.  Se está seguro aquí adentro.

-          No tengo miedo.

-          No la abras, por favor. No quiero estar vulnerable.


-          Estoy preparado para todo.

-          No deseo que las miradas de extraños me atreviesen, que penetren mi intimidad, que 
       me desnuden.

-          Te lo repito, no tengo miedo, me siento seguro. Vamos, adelante.

-          Déjame en paz. No abras la puerta. Hoy me irrita el mundo.

-          Tengo paz. No siento angustia alguna.

-          No la abras. No quiero que la brisa fría del pasadizo entre a mi habitación. No quiero   
       despertar a mis sentidos.

-          No tengo miedo. ¡No lo tengo!

-          ¡Aleja tus manos de la perilla! Detente, detente por favor.

-          No tengo fantasmas que me atormenten. Puedo hacerle frente a la vida.

-          ¡No! Te lo ruego. No soy capaz

-          ¿Capaz de qué?

-          ¡BASTA!

-          Deja la puerta cerrada. No la abras, no se la necesita abierta.

-          La puerta se abrió.

La puerta está abierta.


-          Reacciona. Estás vivo.

-          Estoy indefenso.


lunes, 15 de abril de 2013

Aviso de servicio público


Quiero conocerla ¿Me ayudas?


No la conozco pero sé quién es. Es ELLA. Puedo identificarla entre la multitud.

La conozco poco o nada (más que todo nada), pero me alcanza para saber que quiero conocerla.

Quiero conocerla, ¿me ayudas aunque no te pueda decir nada de ella? Es ELLA y punto. Cuando la veas te darás cuenta que se distingue del resto. No es necesario describirla, no serviría de nada. Avísame si la encuentras, si te la topas por la calle. Cuéntame si te dijo algo de mí, aunque no me conozca. 

Eso es todo lo que puedo decir, es ELLA.




Fotografía: Luciana Gonzalez -Polar

miércoles, 13 de marzo de 2013

El hombre que no podía dejar de soñar




Ves cosas y dices, "¿Por qué?" Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo, "¿Por qué no?".



Tendido en medio de dunas que se desvanecen en su catre, intenta despertarse. Se encuentra cansado de abrir unos ojos con los que no puede más. No importa si está con diurno o con nocturno: los sueños siguen allí.

Los párrafos salen de memoria, aunque cambien los actores y las situaciones. El desenlace es el mismo: él se lleva todo el protagonismo.  Es reiterativo y monótono. Aún de saco y corbata o desnudo como Adán, se muestra siempre de la misma manera. No importa si es mortal o inmortal. Qué más da si tiene a Vera o Lucía. Si está en Baires o Madrid. Nada de lo que acontece es real, excepto que sea leal a este sueño que no es placentero. Es la misma calle, la misma cama, el mismo lugar. Es una historia con misma naturaleza.

Intentó huir de su miseria, de su descontento, de seguir jugándole a la vida con la misma mano de cartas. Intentó cambiar de aires, de viajar más allá de lo que podía caminar. Intentó soñar con algo mejor. Intentó… intenta ahora despertar, despabilarse de un estado de anacronismo.

No sabe quién es ni dónde se encuentra parado. Su presente no existe y ya olvidó su pasado. Lamenta haberse acostado y empezar un sueño sin final.   Se dice a sí mismo que es un cobarde por huir de una existencia mísera pero que podía modificar. Ahora confinado en una irrealidad inalterable, maldice las repeticiones que le toca afrontar.

Sí, se queda con Vera, otras veces con Lucía. Se está cómodo en París, en Brujas o Madrid. Es escritor, alquimista, curador de amores, y arquitecto de pasiones. Es lo quiere ser aunque en el fondo quiera dejarlos de ejercer. Es omnipotente y divino por más que deteste adorarse a sí mismo.

Es él, aunque deteste serlo. Sueña pero quiere despertar. Despierta pero sabe que sigue 
soñando.





Crédito de la foto: Renzo Babilonia

miércoles, 6 de marzo de 2013

Chocolates




Sé que no te gustan. Nunca lo entendí.

En ocasiones quise regalártelos como presente para que experimentaras la delicia del cacao. Que pudieras jugar con ellos en tu boca y que utilizaras su suave cobertura como labial. Soñaba con que pudieras besarme dulcemente y que el aroma nos invitara a seguir amándonos.

No importa, nunca es tarde para probar unos. Y menos para darlos como detalle (aunque sean un pedido expreso).

Los hay de coco, rellenos de manjar, de fresa o trufa. Los hay amargos, como la vida misma¸ extremadamente dulces, como tus recuerdos; con licor, acaso para olvidar la penas; con sorpresas, para que no nos olvidemos que nada está dicho. En fin, chocolates hay en grandes cantidades, de distintas envolturas, precios, tamaños, colores, sabores, pero solo habrá unos chocolates que provenga de ti.

No me importa su sabor, sé que no recuerdas a qué saben. Comprendo que se te sea difícil decidir cuál escoger. Estás con prisa, la tormenta ya termina y te hice el pedido a última hora. En la tienda del aeropuerto no hay muchas variedades. Quizá exista una larga cola. Igual, solo te pido un minuto para que puedas separar uno de aparador. Compra el más barato si deseas. Igual me alegrará que me lo des.

No te olvides de ellos por favor. Es un buen motivo para volverte a ver. No es necesario que me hables. Sólo tiene que extender tu mano y alcanzarme los chocolates, ellos harán el resto. Endulzarán el momento, en caso fuera amargo. También puede que me recuerden que hasta lo más dulce tiene su pisca amarga y no volaré por las nubes.

Sé que nunca te gustaron. Nunca lo entendí.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Pánico



Retumba una y otra vez. Aprisionado en un catre, mi cuerpo no se mueve, pero el miserable sigue latiendo y mis oídos retumban al ritmo de un tambor que acompaña una batalla que no avizora final. Es lo mismo cada noche. Cada noche, cae el sol y me encuentro solo ante un ejército de miedos sin rostros. No tienen procedencia, son parias que han hecho de mí su nación, una tierra de nadie que ahora les pertenece y no están dispuestos a desalojar. Cada noche es lo mismo, mi corazón se vuelve un instrumento para anunciar su llegada al anochecer. Ríos de sudor brotan a lo largo de mi cuerpo hasta inundarme de pavores. Me quedo quieto contemplando cómo la locura me ciega. No puedo gritar.

Y el ritmo se acelera al mismo tiempo que los latidos de mi corazón.  Va a estallar. Listo, moriré esta misma noche. Pero no. Todavía sigo siendo testigo de una muerte que viene acelerada pero es paciente para darme el tiro de gracia. Le divierte tenerme en suspenso, sin saber qué pasará más adelante.

Los ríos aumentan su caudal. Me encuentro sumergido y sigo un curso incierto. Mi cuerpo intenta escapar pero mi mente se resiste. Es menester que siga entornillado al catre que me sostiene. Mi cuerpo reposa en el colchón, que se convierte al mismo tiempo en tumba.

Escucho a la sangre correr entre mis venas, escucho a mi pensamiento, escucho al niño dentro de mí que quiere que llegue mamá, escucho a la locura que me indica que estoy orate, escucho a la cordura que me señala que todo pasará.

Es masoquismo. La adrenalina corre por mis venas y deseo que termine de explotar mi corazón: Pum, pum, pum. Un silencio incómodo nuevamente. Los minutos transcurren pero sigo estando en silencio, tendido en medio de una oscuridad. El calor me achicharra, pero hay un frío que me hace desear arroparme y sentirme seguro.

A la derecha, a la izquierda, boca arriba, boca abajo. El miedo permanece. Cierro los ojos, invoco a Dios. Los abro de nuevo ¿dónde estoy? ¿Ya he muerto? No, todavía no. El miedo me levanta, camino sin sentido. Estoy empapado. Quiero correr aunque corra el riesgo de explotar. Respiro aceleradamente. Es imposible que me calme.

Me tomo un ansiolítico esperando que sea un placebo que alivie esta angustia. Quiero que llegue mañana, aunque solo será un alargue de lo que vendrá cuando llegue (otra vez) la noche.
Pum, pum, pum. Ha empezado otra vez.

domingo, 14 de octubre de 2012

Hey, Lu



Silencio.

De puntillas, con sus suaves y pulcras ballerinas,  ella entró acariciando a los respetados tabladillos que hacían fila, uno detrás de otro, para sentir su presencia. En todos sus años, estas longevas maderas de caoba y ébano,  no habían tenido la oportunidad de recibir y confortar a tan bella mortal, que se deslizaba por el espacio con tal armonía que obligaba al tiempo a detenerse para evitar perderse un solo instante de su gracia.

De pie.

Dentro de un armónico silencio, sus piernas comenzaron a tomar velocidad al mismo tiempo que sus largos brazos se extendían tratando de alcanzar a un imperceptible acompañante. Con la mirada fija en un punto indeterminado en el vacío, ella exhibía una determinación inigualable para un soldado espartano.  La fuerza y elegancia de sus movimientos marcaban cada uno de sus músculos, estilizando aún más su figura. El sudor que brotaba por sus poros se asemejaba al roció de una mañana de octubre en Lima, dándole un brillo solo semejante con la luna llena.

Contemplación.

No veía sus alas pero su cuerpo se elevaba y alcanzaba a los cielos, que se descubrían para contemplarla.  La noche la arropó y le dio un traje elegante que fue captado por los flashes de las estrellas, que cubrieron su espectáculo ante mi atenta mirada.

Silencio.

Su vuelo se interrumpe y cae lentamente como una pluma, una pluma que esconde su procedencia y se transmuta: es fuego, es niebla, es hielo, es ella. Cae y acaricia a los tabladillos, los mismos que se congracian por el honor del cual son objeto.

De pie.

Se levanta, se esconde en sí misma para volverse a descubrir. Ella disfruta darle vida a cada extensión de su cuerpo, por eso sus manos se alzan y sus pies las acompañan. Sus pechos se inflan y se prestar a amortiguar una posible caída. Ha vuelto a volar, dejándose suspender por una suave brisa, la misma que trae consigo su aroma, un aroma que eriza los vellos de mis brazos, los cuales no creen que las maravillas están al roce de su mano.

Silencio.

Le gusta sentirse sola, poco afligida y taciturna porque después la compañía suele ser más deliciosa y gratificante que en los otros casos. Así, danza para sentirse liberada en cuerpo y alma. Es una danza de dolor ciego,  silencioso, imperceptible. Sus dedos, su pelo, su cuerpo, mi cuerpo, se convergen en un caos que explota, muta en mis pupilas y me lleva a la eternidad. Con un vago recuero de su obra, vuelvo a la mía: entro al teatro, me pongo el traje que me corresponde y recorro los mismos tabladillos que la acogieron a ella, espero a que se levante el telón y…




Fotografía: Luciana Gonzales-Polar

martes, 3 de enero de 2012

deorum



“Dormían y soñaban que la vida era bella. De pronto,  despertaron y advirtieron que la vida no era más que un deber que se debía cumplir”.

Indefensos en el mundo, los hombres se encuentran solitarios en medio de recónditos parajes. Desde Jericó hasta Tierra del Fuego, hordas de individuos multiplican su especie al mismo tiempo que crean razas en base a diferencias imperceptibles a los sentidos. Lejos de la mirada de dioses protectores o de divinidades clementes, ahora, aquellos mortales de carne y hueso, aquellos mortales con más defectos que virtudes, con menos virtudes que defectos, dominan una tierra mundana que es de todos y a la vez de nadie.
Bajo un cielo de matices grises en los cuales la vida no florece, confundidos seres alzan sus rostros en busca de una guía en medio de tanto desconcierto. Están allí, rodeados de individuos semejantes, pero que al verlos resultan totalmente disímiles  a ellos. Están allí, confundidos sin saber qué hacer o qué pensar. Pero sin saberlo, buscan respuestas a preguntas que todavía no se han formulado. Están allí, vacíos pero a la vez a la espera de ser llenados por un cúmulo de virtudes que a la larga serán males, y males que a la larga se convertirán en bendiciones.

Mientras ríos y mares de sangre bañan una tierra infértil,  los hombres dan rienda suelta a su fuerza, en desmedro del conocimiento. Dándose cuenta del valor de su cuerpo, miles de manos de elevan al cielo queriéndolo rozar. Las piernas de cada hombre retumban un suelo que se estremece y despierta.

El silencio da paso a un concierto de voces que lanzan llamadas de auxilio.  Los hombres han despertado, se han puesto de pie, y observan maquiavélicamente a su alrededor. Ahora todos son profetas de una palabra vacía que carece de sentido debido a que cada persona interpreta una lengua resultante de Babel. Así, sin entenderse, los hombres recorren taciturnos su nuevo mundo, mientras patentan la naturaleza que los rodea y terminan por posicionarse en la cima de un cúmulo de criaturas.

Tras cada paso, decenas de individuos asumen el papel de conquistadores, otros tantos se ufanan de tener el don de la equidad y se proclaman protectores de la justicia, mientras que el resto de los mortales,  se ponen los trajes de siervos o de ovejas según su propia conveniencia y se convierten  en un rebaño que solo obedece.

Así, conformada la humanidad, Persia se ha erguido, Atenas se ha levantado, todos los caminos se construyeron teniendo de centro  a  Roma, los Mayas señalaron un inicio y fin, y hoy en día tenemos el mundo que  vemos.  Los más poderosos inscribieron su nombre en el firmamento, al mismo tiempo que los menos favorecidos cayeron víctimas de guerras sin ganadores, formando una cantidad incontable de muros de restos humanos que se levantan en el horizonte, dando forma a un nuevo paisaje lleno de fronteras, donde dentro de las mismas,  fieros asesinos se apoderaron del poder  creando la verdad, maquillaron la justicia y dieron sentido a la consigna: matar para vivir.
La llamada vida creció y se desarrolló en medio de batallas entre iguales que son cada vez más desiguales, donde cientos de réplicas de  Juan López y John Ward, perecieron en el sinsentido de una civilización que nació y se formó en el error.  Sin embargo, lejos de enmendarse, continúa pariendo personas que son víctimas de sus propios hermanos. Soldados anónimos continúan pereciendo en los caminos que luego son recorridos por generales glorificados por batallas sin ganadores, todo en aras de una paz que es concebida por el aniquilamiento del otro.

 Los llantos de los niños fueron suplantados por cánticos de guerra, fomentados por maestros que enseñan el arte del matar. Por otro lado, los rocíos de la mañana, los cánticos de los grillos al alba, la vitalidad de los lirios y el color de las higueras, se venden en medio de las plazas, que a la vez albergan cada una un silo en honor al ser supremo que ha caído en desgracia.


¡Se ha ido! ¡Se ha ido! Y ahora solo quedan mortales que juegan a ser creadores de un mundo en oscuridad.

¡Llegó la buena nueva! Hombres hambrientos de nada: Nadie curará sus heridas, nadie responderá sus preguntas. No hay esperanza, no hay futuro. Lo único que tienen en sus vidas es un presente incierto producto de su misma naturaleza.

Los herejes cantan a los cielos vacíos que se tiñen de rojo al mismo tiempo que los santos recorren las profundidades de un infierno palpitante. Mientras tanto, en el nuevo mundo sus moradores viven sin saber que todos ya se encuentran muertos. 



Fotografía: Luciana Gonzalez- Polar